Todo grupo humano, sin importar su dimensión demográfica, siempre recrea su propia historia, algunas veces cargadas de imaginación, otras solo interpretaciones de fenómenos del entorno, algunas llenas de jocosidad, otras con pasajes dramáticos, algunas más solo anécdotas, aquí retomearemos parte de un proyecto de la Asociación de Tepeuxileños Emigrados, reescribir nuestra propia historia, no se pretende ofender ni evidenciar a nadie, solo recuperar historias que si bien en algunos casas pueen sonar incómodas para unos u otros, forman parte de nuestro ser comuntario.

Entre amigas anda el diablo

 

 

Como ha sucedido en todo tiempo, en donde hay personas, sean ranchitos, pueblos o ciudades, chicas o grandes, sembramos y cultivamos amores, amistades, rivalidades, rencores, odios y confidencias de muchos tipos. Así sucedió hace mucho tiempo en Tepeuxila, donde se dio una relación entre dos amigas, que creció de la amistad a la confidencia y hasta la complicidad en muchos aspectos de la vida, en una época en que por los montes vivían animales de muchos tipos y otros personajes, como los chaneques que vivían en los árboles. En muchas ocasiones, tales personajes aparecían como amigos, en otros más como vigilantes de la moral y la conducta   de   las   personas   y   aún como vengadores o verdugos que hacían justicia, en los casos cuando las leyes de los hombres fallaban, como ahora, fallan muy seguido. *****

 

Ernestina (Tina) y Antonia (Toña) eran dos mujeres que habían cultivado una amistad desde niñas, amistad que mantuvieron ya adultas. Ya estaban casadas, aún no tenían hijos lo que les permitía hacer diversas actividades que requerían tiempo. Se habían casado de acuerdo a las costumbres de su época, esto es, mediante los acuerdos de los padres de los contrayentes.

A estas alturas de su vida, cada una de ellas mantenía un tórrido romance con su pretendiente de soltera, quienes también se habían casada, tenían su familia y hasta hijos, pero, mantenían vivo el sentimiento que los unió en otros momentos.

 

Para mantener esta relación clandestina, las amigas mantenían formas de comunicación que triangulaban con sus respectivos amantes, además realizaban actividades que sin afectar sus respectivos matrimonios, les permitían seguir cultivando sus relaciones amorosas. Hasta podría asegurar que haber mantenido sus relaciones amorosas les había permitido mantener la estabilidad de sus respectivos matrimonios, conviviendo con una persona por quien no sentían algo más que el compromiso contraído de ser buenas esposas, lo que en realidad eran. Eran buenas esposas porque cooperaban con sus maridos en los trabajos del campo, mantenían su casa limpia además de otras actividades que hacían para apoyar el sostenimiento del hogar. Iban por leña, a conseguir ocote, porque por aquellos tiempos utilizábamos ocote para iluminarnos por la noche. Iban por mostaza, guajes, nopales o frutos silvestres, productos con los que complementaban los alimentos en sus hogares, es decir, eran buenas esposas. Estas actividades las hacían coincidir en horarios y lugares que les permitieran encontrarse con sus amantes. Así, entre citas y relaciones clandestinas, habían mantenido sus hogares, sin provocar escándalo, hasta que se les cruzó el diablo.

 

Era por mediados de junio, porque en El Zorrillo ya había mangos y en ese lugar, los mangos empiezan a madurar hasta mediados de ese mes. El Zorrillo es un lugar en donde desde tempos muy lejanos, los señores que trabajaron por aquellos lugares, plantaron árboles de mango, los que al paso del tiempo crecieron porque es un terreno muy fértil, tienen buena humedad porque hay un manantial que los aprovisiona de agua y cuando dejaron de trabajar, los árboles quedaron ahí y cuando hay producción, es para quien se anime hacer el viaje para cortar la fruta. Es decir, es una producción de uso comunitario y todo lo que hay que hacer es ir a cortar frutos. Era domingo por la mañana. Como a las ocho, Toña estaba moliendo y pensando en qué hacer por la tarde. Tenía leña suficiente y no pensaba en ir por más. Además, su esposo no estaba en casa, porque como sucedía por aquellos días, para obtener algunos centavos, los señores se iban a jornalear algunos días a La Cañada y era el caso del esposo de Toña, quien llevaba unos tres días fuera y tardaría todavía unos tres más en regresar.

 

También hacía tres o cuatro días que no había visto a Tina y por la amistad que llevaban, tres o cuatro días sin verse era mucho tiempo. Tan entretenida en sus pensamientos estaba que no escuchó los pasos de su amiga cuando se acercó a la casa sino que la sintió cuando ya estaba delante de su metate.

 

-¿Qué haces que estás tan distraída?- le dijo Tina.

-Me asustaste, estaba pensando qué hacer hoy porque no nos hemos visto, tengo leña suficiente para varios días y no quiero ir a traer más- le dijo a su amiga. -Por eso vine a verte y si no quieres ir por leña, vamos por mangos al Zorrillo, dicen que ya hay mangos- respondió Tina.

 

-Es otra cosa lo que quiero, no mangos agusanados del Zorrillo- respondió Toña, diciendo sin decir cuáles eran sus deseos. -Mi marido regresa hasta dentro de tres días y me ha estado dando frío- siguió sus confidencias en doble sentido.

 

-¡Ay Toña!, precisamente por eso, ¿no sabes qué hay?- le replicó Tina.

-No Tina, si no me dices no sé de qué me hablas- replicó Toña.

-Mira, aquél se fue a Cuicatlán ayer y regresa hoy, me dijo que se pueden ver por el camino, a la hora que regrese, así que si quieres, vamos por los mangos al Zorrillo, regresamos por el camino grande y ahí lo vas a encontrar, ¿qué dices?- le informó y preguntó su amiga. -Así cambia la cosa, ¿a qué hora nos vamos?-preguntó presurosa Toña.

 

-¿Ya ves cómo te conviene? Por eso te vine avisar para que te apures, paso por ti como a las diez, llegamos como once y media al Zorrillo y nos regresamos como a la una y media, para llegar a tiempo al lugar acordado como a las tres de la tarde, ¿qué te parece?- terminó Tina.

 

-Ahora sí, ya me quedó claro, ¿ya terminaste de moler?- afirmó y preguntó Toña a Tina.

-Ya me queda poca masa pero quiero lavar unas camisas antes de irnos, así que apúrate, voy a terminar y paso por ti- indicó la amiga al tiempo que daba la vuelta para salir de la casa.

 

La plática había durado apenas unos diez minutos,   Tina   se  fue  a  seguir   con sus quehaceres. Toña por su parte, se apresuró a terminar de moler. Hasta tuvo tiempo para enjuagar unas camisas que tenía remojando, antes de que regresara Tina por ella.

 

Fueron al Zorrillo, como eran los primeros frutos en madurar, todavía no iban muchas personas a cortar, lo que les facilitó la labor por que no tuvieron necesidad de subir a los árboles porque había mangos maduros en las ramas bajas. No tardaron mucho en completar la cantidad que aguantarían cargar, como los mangos son muy pesados son pocos los que una persona aguanta cargar: enseguida iniciaron el camino de regreso.

 

Conforme a lo previsto, ya no se volvieron por la vereda de la Peña Negra sino que se fueron por el camino grande. En donde se separan los caminos en La Ocotera, hay un lugarcito plano con pasto en una lomita, ahí se sentaron por largo rato, contemplando el paisaje imponente de mirar el Río Grande a cientos de metros de profundidad.

 

Desde su observatorio, hacia el Sur, en la profundidad, el Río Grande parece un listón azul que serpentea entre las montañas y de frente, se ve el Cerro San Jacinto, con su punta en forma de pirámide triangular; por el Occidente se tiene la pared del filo que va desde La Ocotera hasta El Palmar, con una altura que en varios puntos alcanza más de 50 metros, por el Oriente se ve el otro filo que baja desde la peña Negra hasta el Río Grande, pasando por La Banqueta y por el Norte, la pendiente de la sierra, que a\canza su máxima altitud en el cerro Cu-ca.

 

El lugar en donde estaban queda a la mitad del cerro y hacia los primeros días de junio, cuando empiezan las lluvias, el monte empieza a revestirse de verde, presentando un paisaje de gran belleza. Después de descansar y ante la emoción del encuentro previsto, continuaron su camino. Eran mujeres jóvenes y estaban en sus plenas facultades físicas por lo que recorrieron la distancia faltante a paso sostenido, subieron por la Cueva de las Moscas, dieron vuelta en la Peña de la Culebra y finalmente llegaron a la joya donde trabajó el señor Cleofas Linares.

 

Detrás del corral de esta parcela parte un caminito que va por el monte conocido con el nombre Detrás de la Peña. Ahí cerca era el lugar acordado. En la actualidad todavía es un lugar muy bonito y por aquellos tiempos era más todavía porque tenía un bosquecito de Cucharos también conocidos como roble blanco, bastante tupido que proporcionaba una agradable sombra a la hora del calor. Era el lugar más adecuado para un encuentro amoroso porque el follaje de los árboles resguardaba muy bien de las miradas indiscretas de quienes pasaban por el camino.

 

Llegaron pronto y todavía tuvieron tiempo de platicar por otro largo rato. Era día de regreso de las personas que iban a hacer sus compras a Cuicatlán. El primer grupo en aparecer eran viajeros de Tlacolula, arreaban sus burritos, saludaron conforme a la costumbre, sin detenerse. Minutos después vieron un señor que venía solo, cuando estuvo más cerca lo reconocieron, era aquél. Tina se despidió de su amiga para no importunar el encuentro. -Me voy antes que llegue, después me platicas-dijo a modo de despedida. -Por la tarde voy a tu casa- respondió Toña. -Aprovecha ahora que hay- dijo maliciosamente Tina al tiempo que levantaba su tenate y empezaba a retirarse.

 

Aquél no tardó en llegar y haciéndose el sorprendido saludó a Toña. -¿Qué haces por aquí? ¿A dónde fuiste o a dónde vas?- preguntó sorprendido.

 

-Ya lo ves, supe que andarías por aquí hoy, por eso vine a esperarte y a traerte unos mangos-respondió Toña.

-De lo que tengo ganas es otro mango- dijo aquél maliciosamente.

-Bueno, antes que venga gente vamos a la sombra para que descanses y te lo puedas comer a gusto- insinuó Toña, lo que aquél esperaba y estaba deseando. Se internaron en el bosquecillo y rápidamente encontraron un lugar que servía bien a sus necesidades. La plática duró lo necesario porque había que comerse el mago en vez de platicar y las condiciones eran ideales.

 

En aquél bosquecito, aire, tierra, sol y tal vez algún animalito del monte fueron testigos de lo que sucedió aquella media tarde. Y fue ahí, donde empezaron las angustias para Toña. Como había sucedido en otras ocasiones y en otros lugares, cuando Toña se había encontrado con su amante y como en tantas otras ocasiones, el acto sexual había sido un momento de disfrute para ella porque le llenaba de tranquilidad y hasta le daba entusiasmo y energías para seguir con su vida cotidiana, con todos los trabajos físicos, a los que enfrentaba siempre con optimismo, el optimismo de tener un secreto que era su amante. Pero, esta fue una ocasión diferente, la experiencia la marcaría por los días que le quedaban de vida, fue excepcional.

 

Todo marchaba muy bien desde que los amantes se encontraron en el camino y se internaron en el bosquecillo. Conocidos desde niños y su pasión iba en aumento, rápidamente pasaron al acto sexual, mismo que Toña disfrutaba más intensamente que en otras ocasiones. Se sentía profundamente feliz y realizada, estaba en los brazos del hombre que amaba, no del que tenía que tolerar por el qué dirán, tan propio de los pueblos. Pero, pocas veces la dicha es total y esta no fue la excepción. En el momento en que más feliz se sentía, al momento de culminar el sublime acto de entrega de dos cuerpos que se atraen, en vez de recostarse y reposar en sus brazos, como se habían habituado, aquél se convirtió en un zorro y saltando por entre los arbolitos que rodeaban el nido de amor, desapareció entre el bosque. ¡Había hecho el amor con un chaneque en forma de zorro!

 

En vez de disfrutar el amor, la transformación le causó una fuerte impresión a Toña, se arregló la ropa apresuradamente y sin fijarse si había personas por el camino, tomó su tenatito de mangos y se fue casi corriendo para su casa.

 

Hizo el recorrido de un poco más de unos dos Km. en pocos minutos, entreabrió la puerta y dejó el tenate detrás de la puerta y prácticamente sin detenerse, siguió corriendo hasta la casa de Tina. Tenía una expresión desencajada. A pesar del calor que hacía y la distancia que había recorrido, Toña tenía el rostro lívido, los labios resecos, parecían cuero viejo a punto de quebrarse. Parecía al borde de la locura. La impresión recibida había sido terrible. Impresión que se acrecentó al llegar a la casa de Tina y encontrar la puerta cerrada. Toña esperaba encontrar a su amiga entretenida en sus quehaceres, en cambio la puerta estaba cerrada, señal de que no estaba en casa. De todos modos le gritó, desde antes de llegar a la puerta llamó a su amiga por su nombre.

 

-¡Tina! ¡Tina!- iba gritando en tanto iba acercándose a la puerta. Estaba muy cerca cuando escuchó que desde dentro le contestaba una voz débil. -¡Toña! ¡Toña!- le gritaba alguien desde dentro. -¡Pásale! No te vayas!, ¡empuja la puerta y pásale estoy aquí adentro!- le insistía la voz. Era Tina.Reconoció la voz y empujando la puerta, se encontró con un cuadro que le hizo mayor confusión todavía. Su amiga estaba acostada en la camita que tenía a un lado de la puerta.

 

Tenía la cabeza atada con un delantal debajo de cuyos bordes sobresalían las puntas de unas hojas marchitas. Estaba enferma. Toña sentía que su propia cabeza necesitaba un amarre similar porque le parecía que estaba a punto de estallar.

 

Desde su lecho de enferma, sin levantar la cabeza, Tina le recriminó a Toña.

-¿Por qué no habías venido a verme? Desde anteayer estoy enferma y apenas te apareces- hizo el primer señalamiento.

 

Ante tales palabras, Toña se quedó sin habla. No supo contestarle a su amiga en lo inmediato. Todo lo vivido desde aquella mañana le parecía cada vez más confuso, por eso tardó en reaccionar y lo hizo abrumando a su amiga con preguntas. Se pasó la lengua varias veces por la comisura de los labios antes de hablar.

-¿Tina, no fuiste a mi casa esta mañana?- preguntó finalmente, cuando pudo juntar unas pocas palabras.

 

Ante su tardanza en contestar, Tina volteó la cara y dejando de lado el malestar que le aquejaba, de un salto se sentó en el borde de la cama de tablas en que estaba echada, debido a la expresión del rostro de su amiga y cómplice, que tenía los ojos a punto de salírsele. -qué cara traes!- se sorprendió, -¿qué te pasó? ¡Parece que viste al diablo!- afirmó y preguntó atropelladamente. Sabía que el esposo de Toña estaba fuera del pueblo por varios días.

 

-Ven, siéntate, tranquilízate y platícame lo que te pasó, de dónde vienes porque mandé a mi sobrina a buscarte a medio día y no estabas-terminó Toña de plantearle la situación a su amiga.

 

Ante el cuadro que se le presentaba, Toña no pudo contener más las emociones y se le derramaron las lágrimas, como un aguacero en mayo, de manera inesperada. Lloró por un buen rato, mientras la amiga, la que esperaba que fuera a visitarla para que le preparara algo, terminó por ser la que se levantó y dejando a Toña sola, llorando, fue a la cocina en donde preparó un jarro de café cargado y ya cuando estaba preparado, regresó por su amiga y se sentaron junto al fogón.

 

Ya más tranquila, Toña pudo relatarle a su amiga, paso a paso todos los acontecimientos del día, desde la mañana, hasta el momento en que llegó buscándola.

 

Analizaron las posibles implicaciones del caso y quedaron de acuerdo de mantener en secreto lo sucedido entre ellas. Por la tarde fueron a la iglesia, en donde estuvieron rezando por un largo rato. Por aquellos años había más gente en Tepeuxila y la iglesia la abrían un rato por las tardes de domingo, de modo que no fue extraño ver a las amigas ir juntas a la iglesia, así lo hacían en casi todas sus actividades cotidianas. A partir de aquél día, Toña se volvió un tanto retraída.

 

En vez de la señora alegre y ágil que se veía hacer sus quehaceres con gran animosidad, poco a poco fue perdiendo esa vitalidad y en poco tiempo se había transformado en una mujer enfermiza, a la que seguido se le veía con la cabeza amarrada. Al paso de los días también se le advirtió su gordura creciente, estaba embarazada. A ese estado le achacaba Tina su cambio de personalidad y de carácter. Nadie supo de los acontecimientos allá en el bosquecito Tras de la peña. A las amigas se les veía que iban por leña, la vida parecía seguir su ritmo normal, pero, Toña no volvió a ver a su amante, aquél como ellas le llamaban.

 

Así transcurrieron los días, finalizó el año que corría, empezó el otro y el embarazo de Toña llegó a término. Por coincidencia su esposo tampoco estaba en casa cuando, algunos días después del 21 de marzo, por la mañana le empezaron los síntomas del parto. Ya con las molestias, siguió haciendo sus quehaceres, coma la mayoría de las indígenas. Cuando sintió próximo el parto envió a una sobrinita que vivía cerca para que le avisara a Tina, que a su vez ya estaba al pendiente. Se trasladó rápidamente a la casa de Toña. Prepararon lo necesario para asistir el nacimiento.

 

Serían las nueve de la noche cuando Toña sintió que su cuerpo se desgarraba, que se abría para dar paso a un nuevo ser. Lista para recibir al nuevo ser, Tina estaba ávida de conocer al ser que su amiga traía a la vida. Un sudor frío le recorrió desde la nuca por toda la espalda cuando, en vez de asomarse la cabecita de un ser humano, lo que vio era el hocico de zorrito. Después del primero salió otro y otro más.

 

Saltaron cual si fueran animales acostumbrados a la casa y desaparecieron por la puerta, se perdieron en la noche. Toña no pudo resistir la impresión y murió. Tina llamó a sus familiares y vecinos para que la auxiliaran con el cadáver. La versión oficial fue que murió del parto, que se le había atravesado el hijo.